El capítulo cinco de nuestro compañero Nayib, de 2ºA:
Despedida
Por fin
llevaba de nuevo vida “normal”. Era feliz al lado de ella, sin embargo, notaba
que la relación no avanzaba. Nos habíamos quedado estancados en el tiempo.
Aquello no me disgustaba, sin embargo no me llegaba a convencer del todo. La
monotonía reinaba en la casa desde que ella se había mudado, yo siempre había
sido un hombre desordenado, pero aún así yo me entendía. Los dos pese a ser
personas de pocas palabras vivíamos en “perfecta armonía”. Sin embargo aquello
a mí no me gustaba. Había pasado de verla como mi pareja a verla como alguien
más, como cualquiera de esas personas que me veían por la calle y sabían de lo
duro que lo había pasado. Odiaba eso, aunque después del incidente me hubiese
mudado...no había conseguido que los rumores se extendiesen. No me importaba,
igualmente no tenía amigos por la zona. Sólo tenía un par de amigos de la
facultad, de esos que se supone que durarían para toda la vida, pero
seguramente ellos se habrían olvidado de mí, al igual que había hecho mi
familia. No me quedaba nada. Supongo que lo único que me retenía en ese lugar
era no partirle el corazón a esa chica que, sin que yo me diera cuenta me había
cogido mucho cariño. A parte de eso ya no tenía mas razones. Y a lo largo de
los meses me fui dando cuenta de que aquel no era mi lugar, y aquella no era la
mujer que yo deseaba. Yo necesitaba aventura, algo que me hiciese despertar del
sueño o pesadilla en el que había estado sumido durante años. Lo había
descubierto al fin...necesitaba un cambio. Yo no acostumbraba eso, a veces
había llegado hasta a resultar traumático para mí. Pero eso ya no
importaba, a partir de aquel día decidí cambiar. Cogí las botas de caminar
viejas a las cuales no daba uso desde hacía mucho tiempo, preparé un pequeño
equipaje y recogí mis ahorros de detrás del reloj de la cocina. Parecía que no
pero tenía una buena suma de dinero en mis manos, yo simplemente no confiaba en
los bancos.
Preparé del
todo mi maleta y comprobé que no me faltara nada. Cuando ella me vio salir de
la cocina con la voluptuosa maleta me preguntó con una sonriente cara: -¿A
dónde vas cariño?.
Se notaba que
ella no había visto las lagrimas que caían de mis ojos, quizás porque tenía una
gorra bien ceñida, o simplemente no se había fijado. Esa pregunta fue como un
martillazo en mi corazón, sabía que sería duro pero no quería alargarlo más. La
miré fijamente a los ojos y le dije una sola palabra: Adiós. Creo que ella de
alguna forma comprendió mi dolor y por ello no me dijo nada. Avancé con pies de
plomo hacia la puerta, sin embargo, notaba como a cada paso me iba quitando una
carga de encima, y al salir, cerrar la puerta y tomar el fresco aire del
mediodía me tranquilicé completamente. Tenía un mundo ante mí para explorar.
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