jueves, 9 de abril de 2015

Alejandro Suárez

Alejandro Suárez, de 2ºB:

¿Cómo frenar aquel oscuro vacío en el que caes cuando ves el lúgubre féretro?
¿Cómo calmar al espíritu cuando tras ese frío vidrio ves a la persona que tantas veces viste sonreír?
¿Cómo borrar las esperanzas de creer que fue una equivocación cuando ves a tu familia llorando sobre ese inerte ataúd?
¿Cómo no derrumbarse al tener que aceptar lo que tantas veces quisimos esquivar?

Reflexión:
La muerte de un ser querido nunca es fácil de aceptar, ya que nos gustaría que ese desenlace nunca llegara, y estar siempre rodeado de los que más queremos… y aunque es doloroso, creo que lo mejor, dentro del dolor, es mantenerlos siempre vivos en nuestro corazón y en nuestro pensamiento, y seguir haciéndolo/s partícipe/s  de nuestro día a día, nombrándolos, recordándolos… La vida, como dice la canción, sólo se vive una vez, así que debemos intentar realizar lo que nos gusta, expresar a los demás lo que sentimos, y disfrutar con nuestros seres queridos cada momento, porque desgraciadamente, no sabemos lo que nos queda ni a nosotros ni a ninguno de ellos.




Esto es muy cierto, porque a veces, muchas personas hablan, critican, sin pensar en lo que están haciendo, y luego se arrepienten de lo que han dicho y de cómo han actuado, pero… ¡ups!, ya es demasiado tarde y el daño ya está hecho.  Por lo tanto, es mejor pensar antes de hablar, y a veces tener dos dedos de frente y no desatarte hablando cosas indebidas e imprudentes. En ocasiones, ese “perdón”, no vale nada si rompes el corazón, la confianza, o desilusionas a la persona a la que juzgas y/o haces daño.

Esta reflexión me hace pensar, como dice el refrán, “que antes se coge a un mentiroso que a un cojo”, y que lo mejor es el tiempo, ya que pone a cada uno en su sitio, y podemos conocer realmente al que tenemos al lado... Ha pasado que tenemos a un "amigo", que  creíamos conocerlo y que lo podíamos tener como confidente, no solo para risas y juergas, sino para algo más. Y resulta que no era así, porque descubres "cosas" feas que llegan a dolerte.
Por lo tanto, aunque no debería ser así, ya que las personas deben ir de "legal", tenemos que seleccionar con cuidado a nuestras amistades, ya que hay muchas con doble cara.


 El valor

-“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa, que no tengo fuerzas para hacer nada. Todos me dicen que soy una calamidad, que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy bastante tonto… ¿Cómo puedo mejorar?… ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarle le dijo:
– “! Cuánto lo siento, pequeño. No puedo ayudarte, porque debo resolver primero mi propio problema. Si quisieras ayudarme tú a mí, podría resolver el tema con más rapidez y luego, tal vez, te pudiera ayudar.”.
– “Encantado”– titubeó el muchacho, aunque una vez más sintió que volvía a ser desvalorizado y vio sus necesidades otra vez postergadas.
– “Bien”, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique izquierdo y dándoselo al chico, agregó:
– “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debes vender este anillo y trata de obtener por él la mayor suma posible, pero nunca aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas”
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con cierto interés, hasta que decía el precio que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, unos se reían, otros daban media vuelta, hasta que un viejito le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio del anillo.
Después de ofrecer la joya a más de cien personas y abatido por su fracaso, montó en el caballo y regresó. Entró en la habitación y dijo:
– Maestro lo siento… no pude conseguir lo que me pediste. Tal vez podría conseguir dos o tres monedas de plata, aunque no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al verdadero valor del anillo”.
– “! Qué importante lo que dijiste, pequeño!”- contestó sonriente el maestro. “Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto daría por él. A pesar de todo lo que te ofrezca, nunca se lo vendas. Regresa aquí de nuevo con el anillo”.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo. Lo miró con lupa, lo pesó y luego le dijo:
– “Dile al maestro, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro”.
– ¿¿¿58 monedas??? Exclamó el joven.
– “Sí”- replicó el joyero- Sé que con el tiempo, podríamos obtener hasta 70, pero nunca si la venta es urgente.
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
– “Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida, pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

Opinión:
Me ha parecido interesante este texto, ya que a veces, juzgamos a la ligera tanto a personas como a las cosas, creyendo que somos más listos que nadie y que lo sabemos todo… y caemos en el error. Quien, alguna vez, ha rechazado algún regalo, porque no era lo que esperaba, sin ver realmente el valor del mismo, ya sea un valor sentimental de la persona que te lo ha dado, o a saber con los sacrificios con los que te lo ha comprado… Como dice mi madre siempre… Debemos ser agradecido y siempre poner una sonrisa y un ¡Qué bien, gracias!...
Y con respecto a las personas, tenemos que darnos tiempo a conocer realmente a la gente antes de etiquetarlas. 

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